sábado, 14 de mayo de 2011

NOTAS ACERCA DE LA HISTORIA DEL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL

El acompañamiento espiritual (AE) en el sentido moderno no era, estrictamente hablando, una práctica formalizada, y consciente en el cristianismo primitivo. Sin embargo, la dirección y el cuidado de las almas en su sentido más amplio era ciertamente un tema importante en la literatura cristiana primitiva. A continuación, presento un recorrido histórico que nos puede ayudar a ver la tradición espiritual como una gran fuente de inspiración para todos los que han sido llamados al ministerio del AE. Podemos afirmar que el origen de la práctica del AE, en donde existe una intención y un modo de proceder claro, lo encontramos en los Padres del desierto. Ellos iniciaron un movimiento que nace de forma espontánea para vivir el Evangelio de forma radical, no ya a través del martirio, sino desde el alejamiento del mundo y sus ciudades. Desean vivir una vida de ascesis y mortificación del amor propio, para liberarse de todo apego desordenado. Normalmente eran laicos y entre ellos algunas mujeres. Se les llamaba abba o amma, es decir, padre o madre.
SAN ANTONIO ABAD. Se considera al gran Abad Antonio como padre del monacato. Toda la tradición monacal oriental, nos enseña que para seguir al Señor hay que despojarse de los bienes y dárselo a los pobres, ese es el camino espiritual, que lo conducirá a un >. El alma llena de paz entra en un nuevo modo de relación con la naturaleza y con los hombres. El joven discípulo busca a un anciano con quien compartir la vida, sometiéndose con una actitud de fe a la palabra del Anciano, que debía ser una persona exigente, enérgica y con discernimiento. En el acompañamiento se le colocaba atención a los “pensamientos”, hoy los entendemos como los sentimientos, los impulsos y mociones internos. Hacer la experiencia de desierto para lo padres es un nuevo nacimiento que pasa obligadamente por el combate espiritual.
SAN BENITO. En Occidente, unos de los grandes del movimiento monacal fue San Benito. El conocimiento de las reglas anteriores y la experiencia cotidiana le permitieron escribir una regla. Esta vida monástica es afinada según las necesidades de gobierno y está presentado como un camino de retorno a Dios y un combate contra los vicios, donde el arma efectiva es la obediencia. Hemos pasado de la pedagogía de la Palabra con los Padres del desierto a la Pedagogía de la Regla, con la figura del Abad, como sacramento de Cristo, acompañando a sus hermanos hacia la perfección y en el descubrimiento del propio maestro interior, lo que implica descubrir sus propias heridas.
GREGORIO DE NISA. En el texto de De Virginitate de Gregorio de Nisa (371), vemos el llamado que hace a todos los cristianos a adherirse a una vida más conforme al Evangelio, antes que a una vida particular y tomar conciencia de la necesidad de tener un maestro o guía cualificado en los misterios divinos. Ser cristiano significa desarrollar plenamente la vida espiritual dada en el bautismo. Es por eso que las fronteras del ideal monástico y de la simple vida cristiana son mucho menos determinadas que las que serán más tarde. La virginidad aparece como al forma eminente de este ideal cristiano, como anticipación escatológica de la vida resucitada. Así van naciendo escuelas de espiritualidad donde se aprende esta ciencia, formándose grupos alrededor de hombres espirituales: entorno a San Basilio, Juan Crisóstomo o Teodoro de Mopsuestia.
FRANCISCO DE ASÍS. Francisco recibió un llamado a despojarse de todo y no preocuparse por asegurar su futuro. Es para él una revelación que mantuvo toda su vida. El Evangelio será así la norma de su vida, la luz que iluminará su itinerario. Pretendió presentar a la sociedad de su época una nueva manera de vivir, siendo fiel al modelo que propone la Palabra, acogiendo a los pequeños y débiles. Quiso proponer un mundo de paz, frente al torbellino de conflictos que vivió la humanidad en su época. Francisco no tuvo la intención de hacer discípulos, para él, <> a los cuales les desea que lleguen a ser verdaderamente hijos de Dios, pequeños servidores de sus hermanos. A ningún hermano le dará el título de superior, todos serán <>. Francisco acude a sus hermanos y hermanas para discernir la voluntad de Dios para él. Francisco nos enseña a integrar la dimensión contemplativa, con los medios ya conocidos como la meditación, la oración, apoyada por una ascética, entendida como un ordenamiento de la vida y la misión, que es anunciar a Jesucristo.
IGNACIO DE LOYOLA
En los ejercicios espirituales, San Ignacio describe largamente el rol del director que acompaña al ejercitante en descubrir en que situación se encuentra (desolación o consolación), como puede resistir a la tentación y los engaños del demonio, discernir la acción del espíritu y estimular el grado de generosidad. Para Ignacio, se trata de ayudar al ejercitante a vivir en santidad, una herencia que remonta a los orígenes del cristianismo. Vemos un inmenso respeto por la libertad de las personas, pero un respeto que desafía la libertad y autonomía de cada uno.
Ignacio no le dice a la gente lo que tiene que hacer, le entrega una brújula (reglas de discernimiento). Aunque Ignacio reconoce etapas en la vida espiritual, incita más bien a un crecimiento en espiral.
Todo está desde el comienzo, pero todo crece a ritmo pascual, es decir, todo progresa pasando por crisis, superando las dificultades y llegando a cada vez a más. Finalmente Ignacio nos sitúa muy radicalmente en la Iglesia y en su misión. Tanto el que acompaña a otros como el que se hace acompañar han de insertarse en la comunidad eclesial y en su compromiso con el mundo
TERESA DE JESÚS
Para Teresa de Jesús, no hay desarrollo de la persona ni de la vida religiosa sin un ulterior intento de apertura a lo trascendente o de relación personal del hombre con Dios, relación que ella concentra en la práctica de la oración personal, definida como "trato de amistad con Cristo o con Dios" y que se debe convertir en resorte propulsor de acción al servicio de los hermanos. Ella es un "testigo" puro e irrecusable de Dios y de su misteriosa presencia en la historia de los hombres y en la vida de cada persona. Para Teresa de Jesús, la ciencia del director es la condición primera y fundamental. El director, aunque no tenga plena experiencia de los caminos del Espíritu, debe tener al menos un conocimiento doctrinal de ellos, para poder enseñarlos a quienes quizá los van a recorrer totalmente. Por otra parte, no sólo los cristianos inexpertos, sino también las personas de altísimas experiencias espirituales necesitan verificarlas, confrontándolas con la buena doctrina. Según ella misma dice, «no hacía cosa que no fuese con parecer de letrados» (Vida 36,5); «Es gran cosa letras, porque éstas nos enseñan a los que poco sabemos y nos dan luz, y allegados a verdades de la Sagrada Escritura, hacemos lo que debemos; de devociones a bobas líbrenos Dios» (13,16); «Buen letrado nunca me engañó» (5,3).
Aprendemos de ella en primer lugar que no se debe absolutizar el propio camino espiritual, así lo dice ella: «así como hay muchas moradas en el cielo, hay muchos caminos para llegar a él>> (Vida 13,13). En efecto, fácilmente el director estima, aunque sea inconscientemente, que su camino o el camino de su Orden o movimiento es el mejor de los posibles, y trata así, con la mejor voluntad, de inculcarlo a todos sus dirigidos. Es un grave error, que puede darse incluso dentro de un mismo instituto religioso, como lo hace notar Santa Teresa por lo que se refiere al Carmelo: «Una priora era amiga de penitencia. Por ahí llevaba a todas (…) Y no ha de ser así, sino que en ese tema, y en todos, hay que «procurar llevar a cada una por donde Su Majestad la lleva» (Fundaciones 18,6-10).
FRANCISCO DE SALES. Francisco de Sales es considerado como uno de los más eminentes modelos de director espiritual. Para él, el camino de la vida devota requiere necesariamente la orientación de un guía: <<¿Quieres de todas veras entrar por la devoción? Busca un hombre de bien que te guíe y te conduzca. He aquí la más importante de las recomendaciones>>. (VD IV, 1). Y encarece la importancia de escogerlo bien, precisando sus cualidades indispensables:
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Posteriormente al Vaticano II, se hizo innegable que el discernimiento espiritual y el acompañamiento volvían a ser de gran utilidad, en una cultura de constante y rápida evolución. El acompañamiento espiritual no es por lo tanto solamente un desafío a la vida consagrada; es un problema que, hoy, concierne al conjunto de la Iglesia. Un redescubrimiento de su práctica, fiel a la Tradición, pero que tenga en cuenta un afinamiento considerable de las sensibilidades y psicologías modernas, podría ser decisivo para el porvenir de la fe en el siglo XXI.

¿Qué se pretende hoy en el acompañamiento espiritual cristiano?
La psicología humanista-existencial, con el nuevo concepto de persona que ha elaborado ha, ejercido una fuerte influencia en las relaciones interpersonales y en el modo de promover un proceso de maduración a nivel tanto psicológico como espiritual. Ya no se entiende al acompañante desde una posición autoritaria, sino que es un facilitador, un compañero de camino. El nuevo planteamiento ha supuesto en el ámbito de la dirección espiritual un cambio radical de método. Los principios de inspiración para llevar a cabo una dirección espiritual, no son verticales, sino basados en una interacción dirigida a estimular los recursos humanos y espirituales presentes en cada uno. La tarea del padre espiritual consiste en estimular y en sostener a la persona a lo largo del camino, limitándose a acompañarla, sin precederla ni sustituirla en la valoración de las situaciones y en la decisión o en la asunción de responsabilidades. Está comprometido a promover en el individuo un nuevo aprendizaje, capaz de iniciar un proceso de conversión, o de purificación, o de ulterior perfeccionamiento en las relaciones con Dios. Podemos decir que el AE es a la vez un encuentro humano y religioso. Sólo en el encuentro con el prójimo llega el hombre a sí mismo; aquí está el lugar antropológico del AE. En la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo, la pertenencia mutua de los hombres es todavía más íntima; y esta pertenencia es el contexto teológico del AE. Pero ¿qué entendemos por <espiritualidad>? A mi modo de ver, aún persiste una comprensión de lo espiritual como aquellos actos devocionales, tiempos litúrgicos, sacramentos y mediaciones por los cuales yo me encuentro y relaciono con Dios.
Este enfoque es unilateral, la espiritualidad, se puede definir como el accionar del Espíritu Santo, que nos mueve a seguir a Jesucristo personalmente y como comunidad eclesial y a comprometernos en el mundo, para colaborar en la construcción del Reino prometido por el Padre. La espiritualidad debe nutrir todas las dimensiones de la vida y por eso mismo, toda la realidad, puede ser lugar de experiencia espiritual. En último término, la experiencia espiritual será siempre vivir el misterio pascual de Cristo, actualizado en cada momento histórico y cultural. Entonces, el AE no está sólo relacionado con lo estrictamente religioso, como si esto fuera un ámbito aislado, sino también con los hombres concretos y sus problemas. Por lo tanto, aunque el AE se trate de la iniciación religiosa, de la introducción en el encuentro imprevisible y siempre singular con el misterio de Dios y de su palabra, en la discreción de espíritus y el hallazgo de la voluntad de Dios en un caso concreto, e incluso, por más qué ahí esté su núcleo; sin embargo, todo esto debe quedar integrado en la existencia total. Los objetivos generales del AE serían según mi parecer:
1. Acompañar a la persona hacia su propio autoconocimiento;
2. Guiar en el proceso de aceptación de sí mismo y de crecimiento personal
3. Ayudar al otro a desprenderse del yo superficial, para comprometerse con el prójimo
4. Facilitar la búsqueda común de la voluntad de Dios tanto en la vida diaria, como en vista al discernimiento de una vocación específica.
5. En el caso específico de la Formación a la vida religiosa, el AE deberá permitir que los candidatos caminen hacia la personalización de los valores de la vida religiosa, formando y educando en los consejos evangélicos.
Cuando un hombre coincide consigo mismo, también coincide con Dios en lo más profundo. Lo cual deja intacto el hecho de que en este proceso espiritual la razón y la gracia no llegan a coincidir plenamente, de que hay un imprevisible e impenetrable «misterio de la cruz». En la ambigüedad de la historia individual y la colectiva tiene el acompañante su cometido más importante: ayudar a buscar la voluntad de Dios en las circunstancias concretas de la vida.

Convicciones y preguntas
Convicciones
· Para acompañar se necesita estar en comunión con la larga tradición espiritual cristiana.
· Es importante tener una buena definición de espiritualidad, tal como lo hemos presentado en este trabajo.
· Una espiritualidad que se fundamenta en el Misterio Trinitario y Pascual de Cristo y que se nos invita a experimentar de forma personal y comunitariamente, abarcando todas las dimensiones posibles de la persona (corporal, afectivo, cognitivo, relacional) y de la realidad (social, político, cultural).
· La tarea principal del AE, será el de acompañar la vida de la persona, en especial, ayudándole a descubrir el paso de Dios por su historia, permitiéndole profundizar en su propio autoconocimiento e identidad y en la búsqueda de su misión en el mundo.
· Para ello, el AE, debe favorecer una vivencia cristiana de calidad, que le permita madurar y crecer y llegar a la meta de todo cristiano, que es la Configuración con Cristo.
· El acompañamiento espiritual se convierte así en un servicio pastoral imprescindible. Y este reconocimiento implica necesariamente clarificar y potenciar la figura del acompañante, que no nace espontáneamente; se debe ir preparando poco a poco en el arte guiar a otro.
· El acompañante actual necesita la sabiduría que procede de la ciencia y la sabiduría que viene de la experiencia del Espíritu. Por eso es importante fijarse en las actitudes más profundas de Jesús para llegar a asimilar los métodos del Buen Pastor y recoger las enseñanzas de la tradición.

PREGUNTAS
1. La influencia de la psicología ha sido positiva, Pero se corre el riesgo de transformar el AE, en una pseudo-psicoterapia. ¿Cómo descubrir el aporte original del AE? Será necesario para ello, seguir recuperando la sabiduría de la tradición espiritual cristiana.
2. Por una parte, nace en muchos sectores de la Iglesia la necesidad de formar acompañantes espirituales, pero por otro lado, surge el abandono de la práctica en algunos movimientos laicales y en la vida religiosa. La necesidad del AE, debe ir de la mano de la comprensión que implica un proceso y no sólo entenderlo como una ayuda para un momento determinado y preciso.
3. En el Sínodo de Santiago, una de las líneas de acción presentadas va en la perspectiva de la formación de laicos que puedan acompañar espiritualmente a otros fieles. ¿Hay una real voluntad eclesial de formar a laicos? Mi impresión, es que muchos sacerdotes, aunque consideran oportuna esta necesidad, mantienen una actitud clerical, al considerarse como más preparados para esta misión.

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